Tony Carleo robó un millón de dólares al Bellagio. Poco después, estaba viviendo ahí invitado por el propio casino. Luego, todo se torció.
En la cárcel de Lovelock, Nebraska, se encuentra el prisionero más famoso de Estados Unidos: O.J. Simpson. Su historia criminal ha dado la vuelta al mundo, pero no es la única digna de una película que se encuentra en ese correccional.
Junto a él, también está Tony Carleo, el ladrón que se hospedó durante meses en la suite del casino en el que había robado más de un millón de dólares.
Carleo es hijo de George Assad, juez del tribunal municipal de Las Vegas. Cuando cometió su primer robo, en 2010, se acababa de trasladar con su padre para tomar clases de medicina en la Universidad de Nevada.
Desde que tuvo uso de razón, estuvo rodeado de hombres adinerados. “Mi padre, mi padrastro, mi tío… todos ellos tenían dinero, buenos trajes, coches de gama alta, casas bonitas… pero trabajaron mucho para conseguirlo. Yo no tenía tiempo para eso. Estaba demasiado impaciente”, explica el condenado.
Mientras estudiaba, trabajó en toda clase de oficios para ganar todo el dinero posible. Ayudó a gestionar un bar familiar, un negocio de limusinas, hizo de DJ y traficó con marihuana, éxtasis, coca y OxyContin, medicamento al que era adicto.

“Mi padre, mi padrastro, mi tío… todos ellos tenían dinero, buenos trajes, coches de gama alta, casas bonitas… pero trabajaron mucho para conseguirlo. Yo no tenía tiempo para eso”.
En un entorno como Las Vegas, a Carleo no le era difícil llevar a cabo negocios turbios. Pero llegó un punto en el que su vida se desmoronó por completo. En noviembre de 2010, había perdido su empleo y tenía todos los días libres. “Tenía que encontrar algo que hacer”, declara.
Así, comenzó a visitar casinos, donde se gastó lo que tenía. Cuando le quedaban 12.000 dólares, los gastó todos en una última apuesta que acabó por hundirlo en la miseria.
Drogado y hundido, se fijó en un turista que acababa de retirar 5.000 dólares. “Sabía que podría robarle sin problemas”, reconoce. No lo hizo, pero la idea comenzó a acecharlo hasta tal punto que, dos noches más tarde, se dirigió al Casino Suncoast para dar su primer asalto.
Aparcó su moto en la puerta y se llevó 19.000 dólares en efectivo tapándose la cara con un asco con la visera cerrada. “Una vez lo hice, supe que todo era posible”, explica.
Solo pasaron cinco días hasta que su pequeño asalto se convirtió en la semilla de un verdadero monstruo.
Su segunda víctima fue el casino del Bellagio, el mayor de la ciudad. Esta vez llevaba una pistola guardada. “No pensaba utilizarla, pero hay que tenerla cargada. Sino es un simple pisapapeles”, explica. Y, empleando la misma técnica, se llevó más de un millón de dólares.
Solo había un “pequeño” problema: los dólares no eran en efectivo, sino en fichas.
Solo un día después de haber cometido el asalto, estaba de nuevo en el Bellagio dispuesto a recaudar lo que había robado.
Durante las siguientes semanas, tenía que volver al casino para cambiar las fichas por dinero. Solo un día después de haber cometido el asalto, estaba de nuevo en el Bellagio dispuesto a recaudar lo que había robado. “ No tenían ni idea de quién era yo”, comenta.
Carleo no era idiota. Sabía que tenía que ir cambiando el dinero muy poco a poco para no levantar sospechas, así que fue yendo durante semanas al hotel para continuar cobrándolo todo.
Al apostar fuerte y ganar grandes cantidades, pronto el hotel se fijó en él. Carleo sintió miedo de que le hubieran reconocido. Pero, lejos de ser así, le invitaron a alojarse en una suite de lujo durante el tiempo que quisiera, para así mantenerlo como cliente habitual.
Aceptó la oferta, y comenzó a vivir en el hotel, saliendo únicamente en ocasiones puntuales para ir a ver a su padre o conseguir drogas. Vivía a caballo entre sus dos adicciones, las apuestas y el OxyContin.
Al cabo de un par de meses de excesos, sin embargo, todavía nadie le había reconocido.

Un dealer del Casino descubrió su identidad.
Entonces, los detectives, que estaban perdidos en un caso que parecían dar por perdido, encontraron a Leo, un dealer de póker del Bellagio que dijo saber quién era el ladrón del casino.
“Es un jugador que, días previos al robo, había caído en una difícil crisis económica. Me llegó a comentar que tenía la fantasía de robar fichas de casino. Una semana más tarde, lo vi jugar con una gran cantidad de dinero”, explicó Leo a los detectives.
También dio su nombre: Tony Carleo.
Todas las pruebas encajaban para la policía, pero necesitaban una manera de corroborar su culpabilidad. El 13 de enero de 2011, pusieron un rastreador en su teléfono para registrar sus llamadas. Después, se hicieron pasar por un tal Matthew Brooks, un apostador de Virginia que buscaba intercambiar fichas del casino por dinero, de manera que no tendría que seguir haciendo el paripé.
Su padre fue deshabilitado y a él le cayeron nueve años en Lovelock.
Al cabo de poco tiempo, consiguieron engañar a Carleo. Le pidieron una prueba para que demostrara que tenía fichas por el valor de 25.000 dólares y envió una fotografía firmada como “Biker Bandit”.
Rastreando su IP, descubrieron que estaba en casa de su padre, el juez George Assad. Ya sabían que era él. Haciéndose pasar por el comprador, un policía acabó por sonsacarle los datos que le faltaban. Y, en cuanto todo estaba listo, seis agentes le detuvieron. Su padre fue deshabilitado y a él le cayeron nueve años en Lovelock.
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