Los políticos y los empresarios de Las Vegas han completado con éxito un plan maestro para convertir a Las Vegas en la ciudad del deporte profesional. ¿Pero qué implicaciones tiene para el juego?
La National Football League, la liga deportiva más potente del mundo en términos económicos, ha aprobado el traslado de la franquicia de los Raiders a la ciudad de Las Vegas.
Es un momento histórico, por muchos motivos. Especialmente, tiene un gran significado político. Supone una victoria incontestable para una ciudad otrora apestada para el deporte profesional, horripilado con la posibilidad de verse afectado por una posible influencia malsana de las apuestas deportivas. Ahora, como siempre en la meca del entretenimiento, la idea es dar un paso más allá. Aspirar a convertirse en la capital del deporte de Estados Unidos. Por qué no.
El pasado verano, la alcaldesa de Las Vegas, Carolyn Goodman, se sentó en frente al reputado periodista deportivo, Colin Cowherd, en uno de los programas estrella de Fox Sports Radio.
El hilo conductor del programa era la concesión de una franquicia de expansión de la National Hockey League para Las Vegas, una noticia que podía significar un antes y un después para la industria del juego en Estados Unidos. Hagamos algo de memoria.
Una ley de principios de los años 90, la Professional And Amateur Sports Protection Act, prohibió efectivamente las apuestas deportivas fuera de unos pocos estados seleccionados por su historial en la industria: Delaware, Oregón, Montana y, por supuesto, Nevada.
La posterior sanción de la UIGEA, la misma ley que provocó el Black Friday, arredró a aquellos que seguían aprovechando la laxitud de la administración para hacer negocio con las apuestas deportivas, y a efectos prácticos, solo Nevada siguió explotando el negocio con normalidad.
Suena raro, porque parece una actividad asimilada totalmente por la cultura de aquel país. Pero quienes se lucran con el ansia apostadora de los estadounidenses son, en su mayoría, criminales. Para aquellos que desafían conscientemente el imperio de la ley, las apuestas deportivas han venido siendo un pilar fundamental para su economía desde hace décadas. La mayoría de los estadounidenses tiene su bookie de confianza. El evento más importante del deporte estadounidense, la Superbowl, se estima que mueve unos 4.200 millones de dólares en apuestas, el 97% de ellas ilegales.
Pero ya se sabe. Los sepulcros blanqueados, la primera piedra y todo eso. Las grandes ligas profesionales estadounidenses abnegaban de Las Vegas, un foco de corrupción desde donde desalmados y corruptos empresarios confabulaban para amañar sus resultados en beneficio propio.
La posición moral de las grandes ligas se alineaba perfectamente con la de los proponentes de la prohibición del juego físico y los enemigos de la legalización del juego online, y aquí es donde la noticia de la concesión de una franquicia de la NHL toma el significado de una mina de barrena puesta por la industria del juego en los cimientos de sus opositores en Washington.
Las Vegas llevaba varios años intentando calzar esta cuña en el pasatiempo estadounidense por excelencia, el deporte profesional. Habían picoteado en lo que habían podido. Acogen un equipo de béisbol de las ligas menores, asociado a los Mets de Nueva York; y se prestan a acoger cualquier tipo de acontecimiento puntual del estilo de la Summer League de la NBA o la Final Four de la NCAA, gracias al buen nivel del equipo de la Universidad Nevada-Las Vegas (UNLV). Cualquier cosa que permita ensalzar la ciudad como destino familiar y saludable.
Pero en el último lustro, el objetivo de conseguir una franquicia profesional para Las Vegas se ha convertido en un asalto frontal. Curiosamente, es un esfuerzo común entre empresarios y políticos de la ciudad. Los primeros quieren mejorar su imagen pública, formalizar y expandir sus negocios, y abrir nuevas vías de ingresos; y los segundos demostrar que Las Vegas es algo más que juego y vicio, un destino de entretenimiento multidisciplinar en el que tienen cabida todos los intereses.
Hay dos maneras de lograrlo. O se consigue que el dueño de una franquicia venda el equipo y la liga permita un traslado a otra ciudad, o se gana el concurso de méritos en que se convierten las expansiones, que son el modelo con el que crece el número de equipos en estas ligas. Parecía mucho más factible la opción B.
Se empezó de abajo arriba. La liga más nueva y con menor arraigo entre el público es la Major League Soccer, de fútbol. Se creó en 1993, como fruto de los compromisos adquiridos ante la FIFA para conseguir la organización del Mundial de Fútbol de 1994. A punto de cumplir 25 años de vida, ha pasado por nueve expansiones, desde la decena de equipos original a los 22 actuales. Han estado buscando arraigo para nuevos equipos casi cada dos años.
En teoría la MLS estaría más que dispuesta a poner un equipo en cualquier ciudad tan optimista como para pagar la millonada que supone la cuota de expansión y a construir un estadio, porque realmente no las hay. Pero no en Las Vegas.
En 2014, un grupo de inversión formado la compañía Findlay Sports y otra que igual te suena, Cordish Companies, la misma que persigue la construcción de un centro de ocio y un casino en las afueras de Madrid, solicitó la concesión de una franquicia de expansión.
Los inversores tenían el terreno para el estadio ya comprado. Rápidamente, el gobierno municipal aprobó la dotación de fondos públicos para la construcción del estadio. Pero la MLS no se atrevió a ser la primera en abrir en Las Vegas y ni siquiera la incluyó en la lista de candidatas oficiales para la expansión de 2015.
Mientras, David Beckham en Miami recibía la promesa de un equipo, que se le mantiene pese a pesar de que el alcalde de la ciudad y el gobernador de Florida le han torpedeado ya dos proyectos para la localización del estadio y le están poniendo trabas para un tercero financiado de manera totalmente privada.
La vía de la MLS parecía cerrada. La última expansión en las otras tres grandes ligas data de 2002, año en que se creó el equipo de los Charlotte Bobcats en la NBA de baloncesto y los Houston Texans en la NFL de fútbol americano. Cualquier traspaso de un equipo en estas ligas necesita la aprobación del resto de los dueños, y ninguna liga parecía receptiva.
Los dueños de la NFL han sido siempre los más reacios. Sheldon Adelson ha tenido el sueño de llevar la NFL a Las Vegas durante años, pero el consejo de propietarios de la liga son para él enemigos acérrimos, hipócritas que lanzan proclamas morales contra las apuestas deportivas pero instalan en sus estadios cabinas que recogen ingresos para las fantasy leagues (ya analicé en su día como este punto es muy importante para explicar su papel de villano en la cruzada contra el juego online en EE.UU.).
Hace menos de dos meses, ya en 2017, Adelson, asqueado, se retiró del grupo inversor que trabajaba en el proyecto de construcción de una estadio cubierto para el traslado de los Oakland Raiders. La idea, finalmente fructífera tras la votación de esta semana, parecía destinada a quedar en el tintero hace cuestión de semanas. Pero no avancemos tanto en el tiempo.
De puertas hacia afuera, en 2014, la NFL era la liga más impermeable a los cantos de sirena de Las Vegas.
De entre los responsables de las grandes ligas, solo el comisionado de la NBA, Adam Silver, se ha declarado públicamente a favor de la regulación de las apuestas deportivas. Pero cualquier ciudad que quiera un equipo de baloncesto tiene que pasar por encima del cadáver de los cientos de miles de residentes de Seattle que añoran ver a sus Supersonics. O los de Kansas City, que aún creen que les robaron a los Kings.
Además, la mayoría de transacciones incluyen acuerdos con los gobiernos municipales para no mover los equipos, como ocurrió en la venta de los Milwaukee Bucks o de los Atlanta Hawks en los últimos dos años.
La MLB de béisbol, para la prensa, no había estado nunca ni en las conversaciones para un posible equipo profesional en la ciudad.
Quedaba la bala de la NHL, la otra cenicienta de las ligas profesionales. Quizá se les podría convencer para añadir algún equipo más a la liga.
En 2014, se le hizo saber a la liga que el inicio de la construcción del T-Mobile Arena detrás del Casino Montecarlo -un pabellón multiusos financiado por MGM y por la compañía que posee Los Angeles Kings, otro equipo de la NHL- tenía como objetivo conseguir un equipo para el Strip.
A finales de año, sin querer confirmar siquiera la posibilidad de una expansión, la NHL anunció que permitiría a los Maloof establecer un grupo de inversión con objeto de explorar la adquisición de los derechos de un posible nuevo equipo. Esta familia procedente de Nuevo Mexico fueron los propietarios de los Sacramento Kings de la NBA durante quince años, hasta 2013. También consiguieron el apoyo del billonario texano Bill Foley para la iniciativa.
Con esos avales, la NHL accedió a que se hiciera una prospección en la ciudad sobre el interés del público en comprar un abono, de nuevo negándose a reconocer que el acuerdo estaba hecho. Se hizo un gran despliegue de marketing para conseguir el mejor resultado posible, con el fichaje del legendario jugador Wayne Gretzky como asesor del proyecto. Una figura muy destacada en esta fase de las negociaciones fue Daniel Negreanu, que como buen canadiense, es un entusiasta del hockey. Daniel se incorporó al proyecto como socio y ejerció de embajador del equipo en la campaña de captación, que fue un éxito, logrando reunir 10.000 promesas de compra en dos meses.
Por fin, en verano de 2015, la NHL anunció el inicio oficial de las pujas por nuevos equipos. El comisionado Bettman alabó el interés mostrado por la ciudad de Las Vegas, que por entonces ya había logrado 13.200 potenciales abonados, pero expresó su preocupación por como sería recibido un equipo de Las Vegas en la liga y decidió que sería necesario un apoyo de tres cuartas partes del Consejo de Propietarios para permitir su entrada.
Finalmente, el 22 de junio de 2016, durante la entrega de los premios anuales de la liga, el comisionado anunció que Las Vegas sería la sede de un nuevo equipo de la liga para la temporada 2017-2018.
De todo este largo proceso era del que quería hablar Cowherd con la alcaldesa Goodman en su programa. Y, claro, la pregunta era obligada. ¿Qué significa para Las Vegas la concesión de una franquicia en una liga profesional?
La respuesta de Goodman generó titulares en todos los medios deportivos del país.
“Es más que eso. Tendremos tres equipos profesionales en la ciudad en los próximos diez años”. Y no era palabrería de político profesional.
Conseguir que la NHL diera el primer paso era solamente el comienzo. Como para un vendedor a puerta fría, el objetivo más complicado no era el último, vender lo más posible, sino el primero, que te abran la puerta y despertar el interés comprador.
Ahora que la NHL ha desafiado el estigma de Las Vegas y no se ha derrumbado el cielo sobre las cabezas de nadie, de repente, la ciudad del vicio, la ciudad del pecado, vuelve a entrar en los ininterrumpidos planes de expansión de la MLS. Ahora la MLB dice que Las Vegas es un nombre a tener en cuenta en un futuro. Los medios deportivos suman el nombre de Las Vegas al de Seattle y Kansas City como futuras sedes de la NBA.
Qué demonios. 31 de los 32 dueños de la NFL votan a favor del traslado de los Raiders a Las Vegas.
En palabras de Goodman: “Hablamos del nacimiento y de la legitimidad de una ciudad. Esto era una pequeña, una mínima nada. Pensar que un día crecería hasta tener una estatura a nivel mundial… Y ya estamos, ahí, estamos ahí, de verdad”.
Es difícil sustraerse a la idea de que un proceso de legitimación similar podría llegar a ocurrir con el juego online. Con el poker online. Mucha gente, piensa que la rendición de la NFL a la idea de el establecimiento de los Vegas Raiders en Nevada no hubiera sido posible sin una poderosa convicción de que la liberalización de las apuestas deportivas está muy cerca.
Esa era la cascada de reacciones que se esperaba tras la legalización del juego online a nivel estatal en Nevada y Nueva Jersey, pero aún quedaban instituciones muy influyentes en la vida diaria de la nación que mostraban una oposición moral a la liberalización del juego.
Sin ir más lejos, las ligas profesionales.
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